::: La PUCP: mi mundo
Ayer fui a la Universidad, y me di cuenta lo mucho que extrañaba caminar (con rumbo o sin él) por el "Tontódromo" (es la vereda principal de la PUCP, la foto inferior izquierda del gráfico)Y es que andar por el dichoso camino principal es un símbolo de los últimos 7 años de mi vida en muchos aspectos.
Símbolo de libertad porque ahí aprendí muy bien que uno es responsable de sus propios pasos y que éstos siempre nos llevarán a alguna parte en la que sin duda haremos algo o dejaremos de hacerlo, pero no nos será del todo indiferente y tal vez sí nos podrá hacer más felices. Para explicarme mejor, la PUCP me enseñó a valorar la vida, tanto la propia como la ajena; a saber que mi tiempo es mio y que puedo decidir sobre él de la manera que más feliz me haga (que a veces no es lo mismo que decir "de la manera que me da la gana", pero qué se le va a hacer. Y bueno, mis pasos por el Tontódromo me ayudaron a formar amistades que espero que duren toda la vida (escribe pues, Pame)conociendo gente que me ha enriquecido, me ha hecho mejor persona y por la que desearía madurar cada vez más para poder seguir dándome a mi mismo y poder saber recibir lo que ellos me dan.
Andar por la PUCP es más que caminar hacia la puerta pricipal luego de una clase. Las clases son importantes porque obviamente nos van a formar en lo que hemos decidido dedicarnos a hacer toda la vida, pero tal vez la formación complementaria, esa que es más importante que la que viene del aula es la que aprendemos cuando termina de hablar el odiado, temido, admirado, adorado, tedioso, estúpido o tal vez mediocre que nos está presentando algún aspecto de la realidad para nuestro futuro deslome profesional. En mi caso, la mayoría de profesores que he tenido (salvo unas 15 o 16 excepciones entre poco más de 100)tal vez se olvidaban de que el Derecho era más que simples normas, y que nuestra mayor aspiración en esta vida tal vez iba más allá del Código de turno, sino que el Derecho recoge la vida y para ser buen operario de éste, antes que saber normas hay que saber vivir y descubrir la realidad (o tal vez realidades) que subyacen a lo que pasa por nuestras narices. Pues bueno,todo eso había que aprenderlo (o más bien descubrirlo) en algún lado, y definitivamente lo descubríamos al salir de clase. Yo lo aprendí en el tontódromo, en la sala de estudios de letras (donde nadie, absolutamente nadie estudia ni porque se le vengan los finales), en los jardines, el estacionamiento y hasta en ingeniería (la que algunos de mis mejores amigos dicen que debería de ser mi segunda carrera por todo el tiempo que he pasado ahí vagando=. Aún me acuerdo de mi típica cara de cachimbo perdido en mi primer día de clases allá por marzo del 97 (no me voy a asustar, noo me voy a asustarrrr, nnno mme vvovoy a asssuuustarr)y de la primera vez que vi a los venados y a las ardillas andar como Pedro por su casa por todo el campus.
Ayer me paseé por la PUCP y aunque sólo hayan sido unos 40 minutos me sirvió para recordar quién soy y qué quiero de esta vida. Tal vez Sabina tenga razón cuando dice lo de "En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", pero no se, creo que hay cosas que me faltan descubrir aún y me parece una buena referencia el ponerme en contacto con esa asombrosa experiencia de vivir descubierta en las muchas hectáreas de mi segunda casa. Definitivamente es un lugar mágico, del cual ya escribiré, vaya que si.
Símbolo de libertad porque ahí aprendí muy bien que uno es responsable de sus propios pasos y que éstos siempre nos llevarán a alguna parte en la que sin duda haremos algo o dejaremos de hacerlo, pero no nos será del todo indiferente y tal vez sí nos podrá hacer más felices. Para explicarme mejor, la PUCP me enseñó a valorar la vida, tanto la propia como la ajena; a saber que mi tiempo es mio y que puedo decidir sobre él de la manera que más feliz me haga (que a veces no es lo mismo que decir "de la manera que me da la gana", pero qué se le va a hacer. Y bueno, mis pasos por el Tontódromo me ayudaron a formar amistades que espero que duren toda la vida (escribe pues, Pame)conociendo gente que me ha enriquecido, me ha hecho mejor persona y por la que desearía madurar cada vez más para poder seguir dándome a mi mismo y poder saber recibir lo que ellos me dan.
Andar por la PUCP es más que caminar hacia la puerta pricipal luego de una clase. Las clases son importantes porque obviamente nos van a formar en lo que hemos decidido dedicarnos a hacer toda la vida, pero tal vez la formación complementaria, esa que es más importante que la que viene del aula es la que aprendemos cuando termina de hablar el odiado, temido, admirado, adorado, tedioso, estúpido o tal vez mediocre que nos está presentando algún aspecto de la realidad para nuestro futuro deslome profesional. En mi caso, la mayoría de profesores que he tenido (salvo unas 15 o 16 excepciones entre poco más de 100)tal vez se olvidaban de que el Derecho era más que simples normas, y que nuestra mayor aspiración en esta vida tal vez iba más allá del Código de turno, sino que el Derecho recoge la vida y para ser buen operario de éste, antes que saber normas hay que saber vivir y descubrir la realidad (o tal vez realidades) que subyacen a lo que pasa por nuestras narices. Pues bueno,todo eso había que aprenderlo (o más bien descubrirlo) en algún lado, y definitivamente lo descubríamos al salir de clase. Yo lo aprendí en el tontódromo, en la sala de estudios de letras (donde nadie, absolutamente nadie estudia ni porque se le vengan los finales), en los jardines, el estacionamiento y hasta en ingeniería (la que algunos de mis mejores amigos dicen que debería de ser mi segunda carrera por todo el tiempo que he pasado ahí vagando=. Aún me acuerdo de mi típica cara de cachimbo perdido en mi primer día de clases allá por marzo del 97 (no me voy a asustar, noo me voy a asustarrrr, nnno mme vvovoy a asssuuustarr)y de la primera vez que vi a los venados y a las ardillas andar como Pedro por su casa por todo el campus.
Ayer me paseé por la PUCP y aunque sólo hayan sido unos 40 minutos me sirvió para recordar quién soy y qué quiero de esta vida. Tal vez Sabina tenga razón cuando dice lo de "En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver", pero no se, creo que hay cosas que me faltan descubrir aún y me parece una buena referencia el ponerme en contacto con esa asombrosa experiencia de vivir descubierta en las muchas hectáreas de mi segunda casa. Definitivamente es un lugar mágico, del cual ya escribiré, vaya que si.
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Pao -
Kat -